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Cables cruzados (1): de Colin Firth al Congreso de Viena

El discurso del Rey tiene muchas virtudes; no es la menor contar, aunque sea levemente, cómo se tambaleó la monarquía inglesa en 1936. La muerte de Jorge V (el 20 de enero se cumplirán 75 años) propició el ascenso al trono de su hijo, Eduardo VII, cuya relación con la divorciada estadounidense Wallis Simpson le llevó a dimitir cuando llevaba menos de un año en el trono.

La muerte de Jorge V aparece en el primer capítulo del especial de Arriba y abajo que emitió la BBC estas navidades, en el que también aparece la señora Simpson y su amigo Joachim von Ribbentrop, un vendedor de champán que ascendió con el nazismo hasta el puesto de embajador en Londres y, más adelante, se convirtió en ministro de Asuntos Exteriores. (Por cierto, el coqueteo de algunos aristócratas ingleses con el nazismo también aparece en Los restos del día, la novela de Kazuo Ishiguro que se retituló Lo que queda del día después del estreno de la película protagonizada por Anthony Hopkins y Emma Thompson).

Dentro de su pasión por las series de época (y por Jane Austen), la BBC emitió en 2009 Emma, una comedia protagonizada por Romola Garai y Jonny Lee Miller (el malvado Jordan Chase de la quinta temporada de Dexter). El baile que se celebra está marcado por danzas populares (aunque en realidad está compuestas por Samuel Sim para la película).

Ese gusto de la aristocracia inglesa por las danzas populares no era compartido en el resto de Europa. Cuando Austen publicó Emma, en 1815, acababa de comenzar el Congreso de Viena. El banquero suizo Jean-Gabriel Eynard creía que “su separación del Contienente durante veinte años [por las guerras napoleónicas] los ha convertido en salvajes”. En su libro Rites of peace, el historiador Adam Zamoyski recuerda que también se criticaba el vestuario de las damas inglesas, considerado “ridículo” o las habilidades como bailarín del ministro de exteriores Castlereagh. “Todavía recuerdo la hilaridad [que causó] un vals que el primer embajador de Gran Bretaña ejecutó de la foma más grotesca”, escribió la princesa rumana Roksandra Sturdza. “Pero él, como muchos de los otros ingleses en Viena —escribe Zamoyski— prefería a menudo varias danzas campesinas de su tierra, o los reels escoceses, y otro observador se maravilló de ver a Castlereagh, totalmente concentrado, “con ese gran cuerpo, bailar una giga y levantar rítmicamente sus largas y delgadas piernas”.

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