Leído: ‘El naufragio de la Medusa’: motines, crímenes y canibalismo
En el bachillerato, entre los cuadros que nos enseñaban en los diferentes momentos en que estudiábamos historia del arte, estaba La balsa de la ‘Medusa’, de Géricault. Tal vez nos hubiesen explicado cuál era el tema, pero lo cierto es que yo pensaba que se trataba de algún oscuro episodio mitológico (por eso de la Medusa) hasta que, hace ya unos cuantos años, leí Una historia del mundo en diez capítulos y medio, de Julian Barnes. Este libro, que tiene en su interior varias historias relacionadas con barcos malditos (desde el arca de Noé al St. Louis, que recorrió medio mundo con un cargamento de judíos que intentaban huir del nazismo), me reveló que se trataba de un hecho real: el naufragio de una fragata francesa en 1816 frente a las costas de la actual Mauritania, por culpa de la incompetencia de su capitán. Ciento cincuenta de sus ocupantes fueron abandonados a su suerte en una balsa, en un acto criminal, mientras el resto de los tripulantes y pasajeros del barco intentaban llegar a tierra en otras embarcaciones. Sólo 15 sobrevivieron.
«La Balsa de la Medusa (Museo del Louvre, 1818-19)» por Jean Louis Théodore Géricault. Disponible bajo la licencia Public domain vía Wikimedia Commons.
Ediciones del viento ha editado ahora El naufragio de la ‘Medusa’, el libro que escribieron el ingeniero Alexandre Correard y el médico Jean Babtiste Henri Savigny, dos de los supervivientes, a su regreso a Francia. Se trata de un relato desgarrador en el que trasluce la rabia por el abandono por parte de quienes tenían la obligación de protegerles y el miedo a morir.
Tras la desaparición de las embarcaciones, la consternación fue extrema. Todo lo que tienen de terrible la sed y el hambre apareció en nuestra imaginación, y aún debíamos luchar contra un pérfido elemento que ya recubría la mitad de nuestros cuerpos. Del estupor profundo los marineros y los soldados pasaron pronto a la desesperación; todos veían su pérdida infalible y anunciaban por sus quejas los sombríos pensamientos que los agitaban. Nuestros discursos fueron en principio inútiles para calmar sus temores, que compartíamos con ellos pero que una mayor fortaleza de carácter nos hacía disimular. Al fin una firme compostura, unas palabras de consuelo, lograron poco a poco calmarlos, pero no pudieron disipar totalmente el terror que los había invadido.
En los 13 días en que la balsa estuvo a la deriva, sin víveres, brújula o gobierno, hubo motines, asesinatos y canibalismo. Un cierto estoicismo y la herencia de la Ilustración está presente en el texto, como cuando se refiere a la costumbre de marcar a los criminales a fuego.
Llegó un momento en el que la escasez de vino (fuente de bebida y calorías) llevó a los que estaban más sanos a arrojar por la borda a los enfermos, para poder darse una oportunidad de sobrevivir. Lo consiguieron cuando el Argus, que en realidad tenía como misión socorrer a quienes habían llegado hasta la costa, encontró la balsa, casi por casualidad.
La narración estricta sobre el naufragio ocupa, aproximadamente, la mitad del libro; el resto narra las peripecias de los supervivientes en lo que entonces era el Senegal que se disputaban Inglaterra y Francia. Un breve anexo, con la sentencia del juicio en el que el capitán Hugues Duroy de Chaumareys fue expulsado de la Armada y condenado a tres años de prisión militar cierra el volumen.