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Vista: ‘Prófugos’, una serie espléndida que no es fácil de ver

Prófugos

Benjamín Vicuña (el ‘Tegui’ Parráguez), Néstor Cantillana (Ferragut), Luis Gnecco (Moreno) y Francisco Reyes (Salamanca), en ‘Prófugos’.

Sundance Channel acaba de terminar la emisión en España (en su segundo pase, el primero fue en 2013) de la primera temporada de Prófugos, una producción chilena para HBO Latino que se estrenó en septiembre de 2011 y de la que no tenía noticia hasta que empecé a verla este pasado otoño. Una serie espléndida.

El punto de partida es la trampa tendida a un grupo de narcotraficantes que intentan realizar una entrega de cocaína en el puerto de Valparaíso y que son emboscados en el momento en el que la policía intenta detenerlos. A partir de ahí, Óscar Salamanca, un antiguo guerrillero; Mario Moreno, un torturador de la dictadura militar chilena; Álvaro Parráguez, un policía infiltrado y Vicente Ferragut, hijo de la jefa del cártel y narco a su pesar (él es veterinario), son prófugos. Por un lado, de la policía, que les culpa de la masacre sufrida en el puerto; por otro, de otros cárteles que no quieren dejar huellas de lo que pasó.

Prófugos es una serie oscura, y no precisamente desde el punto de vista de la fotografía (en realidad, es bastante luminosa). Sus protagonistas, a pesar de estar movidos aparentemente por el dinero, mantienen complejas lealtades dentro y fuera del grupo de huidos. Otros personajes que les rodean, como el prefecto de policía Marcos Oliva, o el traficante Cacho Aguilera, aportan maldad a la historia. Tal vez una fiscal, Ximena Carbonell, sea quien dé más luz a la historia.

La serie se apoya en unos guiones sólidos y una actuaciones sobrias. Néstor Cantillana, Luis Gnecco (en realidad un actor cómico, aquí en La Ofis, la versión chilena de The Office), Francisco Reyes y Benjamín Vicuña revelan los pensamientos y estados de ánimo de sus personajes con economía de gestos. A esto hay que sumar unas imágenes de un Chile merecedor de documentales del National Geographic y una sensacional banda sonora, tanto en la música incidental como en las canciones de Camila Moreno que jalonan los episodios.

Pero Prófugos no es una serie fácil de ver. Es sangrienta, y no hace concesiones, ni al espectador, ni a Chile, del que revela las heridas que dejó la dictadura pinochetista , ni a sus personajes. Y, sin embargo, toda la violencia que tiñe la serie guarda una curiosa coherencia y, como los desnudos en la época del destape, la exige el guión.

Quizás lo más interesante es que, del mismo modo que nos hemos acostumbrado a que la ficción que vemos ocurra en Nueva York, Nueva Orleáns, Chicago, Londres o el Yorkshire de Downton Abbey, podemos ver desde España una serie que transcurre en Chile con la misma emoción que si se hubiera rodado al norte del Río Grande.

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