Leído: ‘Christendom destroyed’, Europa en tiempos de ‘Carlos, Rey Emperador’
Entre el Renacimiento y la modernidad hay un periodo histórico en el que Europa se vio sacudida por una serie de guerras, civiles y externas, en las que la religión desempeñó un papel importante. Son los años en los que, como cuenta Mark Greengrass en su libro, la Cristiandad se vio destruida como concepto.
Para el lector español, los años que van de 1517 a 1648, que son los que analiza el libro Christendom Destroyed (editado por Pasado y Presente como La destrucción de la Cristiandad) están marcados por dos líneas básicas: América y Flandes. Greengrass mueve el centro de gravedad hacia el este, hacia el corazón del Sacro Imperio Romano Germánico del que, al comienzo del periodo que cubre el libro, Carlos, que ya era rey de España, se convierte en Emperador (para quienes estén viendo ahora la serie de TVE Carlos, Rey Emperador, proporciona un marco interesante sobre el periodo). Austria, Polonia, Suecia o Lituania, regiones que suelen estar lejos de la narrativa histórica a la que estamos acostumbrados, son protagonistas de buena parte del libro. Greengrass profundiza, en ocasiones de forma cronológica y en otras de forma temática sobre todos los elementos que configuran este periodo.
Es un tiempo en el que, como si se tratase de una balanza en la que un platillo baja y otro sube, la expulsión de los musulmanes de la Península Ibérica se vio compensada por la extensión del Turco, por usar el término de la época, por los Balcanes.
Precisamente en el momento en el que la Cristiandad requería una respuesta coordinada a una amenaza exterior, estaba paralizada por las rupturas interiores
Y, por supuesto, es el tiempo en el que la corrupción económica y moral que sufría de forma bastante generalizada la Iglesia Católica fue el caldo de cultivo en el que surgió la reforma protestante, con un protagonista que marcaría el siglo: Martín Lutero.
El propósito de Lutero era reforzar la Cristiandad, no destruirla o reemplazarla. Pero, al trastocar de forma radical las fuentes de autoridad y legitimación dentro de la Cristiandad, abrió la puerta al desmoronamiento de la comunidad de creencias unidas que estaba en su corazón..
Como otros de los libros de la serie, presta una atención especial a lo que podríamos llamar las condiciones del periodo: desde la difusión de las informaciones, a la alimentación, la economía, la inflación de títulos nobiliarios o los avances científicos (y su aplicación militar). Uno de los elementos más importantes es el de la extensión de los horizontes de las personas, en el que había «una mayor conciencia, directa e indirecta, de un mundo más amplio y de su pluralismo y complejidad». Greengrass se fija en la obra de Vermeer como ejemplo de la globalización vivida en este periodo.
Los lienzos que Johannes Vermeer pintó en Delft representan, a primera vista, un mundo provinciano, ordenado e introspectivo. Estudiándolo con más cuidado, los objetos que hay en ellos (ese lujoso sombrero de fieltro negro hecho de castor canadiense; ese plato de porcelana china; esas monedas de plata, cuya materia prima es de Perú; esos vestidos bermellón y escarlata, de cochinilla, producida por los indios de Centro y Sudamérica) cuentan una historia distinta. Como la seda de China, las especias del sudeste asiático, la pimienta y el algodón del subcontinente indio y el tabaco de América, todos eran productos con los que se comerciaba y que se consumían en este periodo en cantidades sin precedentes.
Para los más curiosos, y dado que esta historia de Europa de Penguin no tiene notas al pie de página ni anexos, Greengrass tiene en su web una serie de tablas y apéndices que desarrollan diferentes asuntos: desde la comparación salarial entre diferentes ciudades, a la evolución de la urbanización o los tiempos que debía tardar el correo en llegar desde Bruselas a otras ciudades europeas, según los contratos de los Taxis con el emperador: Bruselas-París, 40 horas; Bruselas-Burgos, 168 horas (7 días). Hoy nos parece una eternidad, pero son tiempos razonables para sostener un imperio. No es de extrañar que Francés de Álava, embajador de Felipe II en París en 1660, le asegurara a un corresponsal: «Noche y día en esta casa no hacemos otra cosa más que escribir a todas partes de Europa».
Como queda dicho más arriba, La destrucción de la Cristiandad forma parte de una historia de Europa que lleva publicando desde 2008, fecha en la que se publicó The pursuit of Glory, de Tim Blanning, una luminosa historia de la era moderna que lleva como subtítulo Las cinco revoluciones que configuraron la Europa moderna (1648-1815) —es decir, el que sigue al libro que nos ocupa— y que, en lo que es una declaración de intenciones comienza con la revolución de las comunicaciones que se vivió en ese periodo. Los otros ya publicados, en orden histórico son The Birth of Classical Europe: A History from Troy to Augustine, de Simon Price y Peter Thonneman; The Inheritance of Rome: Illuminating the Dark Ages, 400-1000, de Chris Wickham (también traducido por Pasado&Presente como El legado de Roma; Europe in the High Middle Ages, de William Chester Jordan y, recién salido del horno en inglés, To Hell and Back: Europe, 1914-1949, el primero de los dos tomos que Ian Kershaw dedica al siglo XX. Faltan por salir, además del segundo tomo de Kershaw, otros dos. El dedicado al Renacimiento que debe escribir Anthony Grafton y el que dedicará al siglo XIX Richard J. Evans (de quien hablábamos aquí hace unas semanas como historiador del Tercer Reich) y que, por lo menos, ya tiene título: The Pursuit of Power.
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