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Leído: ‘El secreto de la modelo extraviada’. Mendoza, y la dignidad de los personajes

 

Eduardo Mendoza

Eduardo Mendoza. Autor: Piotr Drabik via Flickr.

No es fácil reírse a carcajadas con un libro, pero algunos han conseguido que yo lo haga. Uno fue La sombra del águila, la novelita de Arturo Pérez-Reverte sobre un batallón de españoles enrolados a la fuerza en el ejército napoleónico. Otro, por supuesto, es el hilarante Sin noticias de Gurb, esa historia de Eduardo Mendoza en la que un extraterrestre recorría la Barcelona preolímpica. Mendoza tiene pillado mi sentido del humor, o yo el suyo, que no sé muy bien en qué sentido se mueve esto, y todos los la serie sobre el detective innominado que empezó con El misterio de la cripta embrujada siempre me han mantenido entre la sonrisa y la risa franca.

 

portada___201509101248El último libro de la serie (después de El laberinto de las aceitunasLa aventura del tocador de señorasEl enredo de la bolsa y la vida) se titula El secreto de la modelo extraviada. Transcurre en dos momentos. El primero, en el que se plantea el misterio, se desarrolla en Barcelona a principios, de los años 80 en un momento en el que la ciudad no soñaba con convertirse en un centro turístico mundial o sede de unas Olimpiadas. El segundo, en el que se resuelve, en nuestro tiempo.

Como es habitual, la intriga es absurda, y en ocasiones previsible (en otras, no tanto), pero lo más importante es la galería de personajes, traídos desde un submundo que tenemos delante de nuestras narices, que pueblan la novela.

Eduardo Mendoza consigue dignificar con el lenguaje a sus personajes. Hambrientos, desaliñados, miserables, marginados, todos son capaces de sobreponerse, aunque sea por un instante, con un destello de erudición, con una frase redonda, con una expresión clásica, a la vida que les ha tocado vivir. En varias zarzuelas existe un personaje (un ejemplo es Espasa, el camarero de La del manojo de rosas) que intenta ocultar su clase con un lenguaje ampuloso e hiperbólico. Nada de esto les ocurre a los creados por Mendoza, dotados de un lenguaje evidentemente literario, pero extrañamente natural. La corrupción, las corruptelas y la nostalgia tiñen el libro, como buena parte de la obra del escritor barcelonés.

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