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Leídos: cuatro libros sobre la Primera Guerra Mundial

Jóvenes se manifiestan en Berlín con retratos del emperador Francisco JOsé y el Kaiser Guillermo. 'The Great War', George Henry Allen, 1915

Jóvenes se manifiestan en Berlín con retratos del emperador Francisco JOsé y el Kaiser Guillermo. ‘The Great War’, George Henry Allen, 1915

El comienzo de un libro, incluso de un libro de historia, puede revelarnos mucho más de lo que nos imaginamos sobre su contenido. Sonámbulos , de Christopher Clark, (Galaxia Gutenberg, 2014) empieza con el asesinato, en 1903, de los reyes de Serbia a manos de unos extremistas que, de una forma u otra, mantuvieron su influencia en el gobierno serbio hasta el final de la Guerra Mundial. 1914. De la paz a la guerra, de Margaret MacMillan, lo hace con la exposición universal de París de 1900. Los cañones de agosto, de Barbara W Tuchman (Península, 2004; la edición más reciente es de RBA, 2012) , con los funerales de Eduardo VII de Inglaterra en 1910, a los que asistieron prácticamente todos los reyes que protagonizaron, con mayor o menor poder, las decisiones de la guerra.

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El libro de Clark (que ya comenté hace un año), sin descuidar otros elementos, es un análisis centrado en los Balcanes en su influencia en las políticas europeas (especialmente en las de Rusia, Austria y Francia). Serbia aparece como un estado que, en el mejor de los casos tolera (y en el peor lo promueve) el terrorismo con el objetivo de conseguir sus objetivos nacionalistas y la extensión de su territorio. Clark deja de lado expresamente la cuestión de la culpa, aunque deja traslucir que carga buena parte de la responsabilidad sobre Serbia, Austria, Rusia y Francia. En su relato, Alemania e Inglaterra se ven prácticamente arrastradas a la guerra por culpa de las decisiones apresuradas o dolosas de sus respectivos aliados, aunque la invasión de la neutral Bélgica (cuya independencia estaba comprometida Alemania a defender) es un arma recién disparada en las manos del káiser a la hora de atribuirle la culpa de la guerra.

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La versión en español del título del libro de Margaret MacMillan traiciona completamente su contenido (el original es ‘La guerra que acabó con la paz. Cómo Europa abandonó la paz por la Primera Guerra Mundial’), ya que no se trata de un libro que esté centrado en ese año. De hecho, es un apasionante estudio de todo lo que rodeó ese comienzo de siglo y cómo fue influyendo para que las potencias europeas fueran deslizándose hacia la Guerra: cómo Alemania intentaba encontrar “un lugar bajo el sol”; la carrera naval que le enfrentó a Inglaterra; el sistema de alianzas; los enfrentamientos coloniales y, muy especialmente, las crisis de Marruecos... En este contexto, las crisis de los Balcanes (donde ya se habían vivido dos guerras antes de los asesinatos de Sarajevo), fueron mecha que hizo estallar un barril de pólvora. Y, al mismo tiempo, el hecho de que la potencias hubieran resuelto sin recurrir a la guerra crisis anteriores les llevó a creer que en esta ocasión podían evitarla.

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El libro de Barbara W. Tuchman sobre la crisis de Sarajevo y el primer mes de la guerra, publicado por primera vez en 1962, es ya un clásico. Tuchman, además de explicar los combates, se centra en los malentendidos, errores y falta de comunicación que contribuyeron a sumir Europa en la guerra. Este libro impresionó profundamente a Kennedy, que quería que todos los altos mandos americanos lo leyeran (de hecho, se envió a todas las bases americanas del mundo) y le convenció de mantener la cabeza fría durante la crisis de los misiles de octubre de ese año.

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El cuarto libro es 1914. El año de la catástrofe, de Max Hastings. Se trata de una historia militar de los primeros meses de combates muy completa, aunque bastante convencional, y que explica el estancamiento al que se llegó al terminar el año y que marcaría los tres años siguientes. Su narración está determinada por el convencimiento del escritor inglés de que la culpa de la guerra es de Alemania (reprocha expresamente que Clark hable de “sonámbulos”), por lo que tampoco se detiene demasiado en los orígenes del conflicto. Hastings tiene también un cierto resentimiento hacia los “poetas de la guerra”, esa denominación que reciben quienes describieron la experiencia de las trincheras, habitualmente con un tono de desesperación.En su opinión, con su actitud no se habría podido ganar la guerra.

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